divendres, 13 de juny del 2014

Sólo patencia


[Posdata. Publicat el 13/6/2014. Web ací. Pdf ací]

La calidad de la poesía de Antonio Cabrera está acreditada por prestigiosos premios. La reciente publicación de Montaña al sudoeste en la colección Antologías de la editorial Renacimiento, una selección preparada y prologada por Josep M. Rodríguez, permite no sólo comprobarlo, sino también valorar los elementos permanentes y los mudables de su verso. Se mantiene el asunto: el sujeto advierte la limitación de su razón para dar cuenta de lo que hay. No se trata del resultado de un raciocinio geométrico, ni de una confusión desesperada, sino de una intuición provocada por una patencia inmediata, cuya claridad exige un verso diáfano, una palabra bruñida. El saber sobre el ser de las cosas se disuelve en un cuestionamiento primordial: ellas mismas diluyen nuestra pregunta por su esencia, obligándonos a interrogarnos por su presencia; diluyen nuestra fatua pretensión de conocimiento, reclamándonos un reconocimiento primordial. El sujeto ha aprendido a quedar prendido de las cosas, a mirar para admirar. Parecería, tal vez, que los versos recuperan la mirada infantil, pero no es así, porque el poeta acarrea también la voluntad de dar cuenta del asunto, de la que carece el pequeño embelesado, con un instrumento que sabe imperfecto. Pudiera ser que los libros de Antonio Cabrera fueran balizando los efectos de aquel asunto fundamental en el propio sujeto. La realidad no cambia en su contundente patencia, pero la conciencia del poeta parecería relativizar la centralidad de su expresión admirada. Los poemas seleccionados de En la estación perpetua (2000) describen siempre procesos de aprendizaje de ese cuestionamiento primordial: un decir claro en el callar de afuera enunciado por el trueno o la nube, la acacia o la grulla. En Con el aire (2004), el reflejo del sujeto en el enigma aparece más nítidamente. Excluido de la patencia de la montaña que se yergue por el sudoeste, el poeta se reconoce en su pobreza; frente a la belleza del reflejo del cristal, se sabe un velo. Los versos de Piedras al agua (2010) profundizan tal vez el desasimiento de la confianza del sujeto, que sumergido en su entorno, ni tan siquiera tiene ya la garantía de enfrentarse a una única realidad interpelante. La corneja posada sobre la señal de tráfico, la corteza del abedul o la mirada ígnea de la mantis borran en nosotros los últimos restos de fatuidad cartesiana. Sólo patencia.

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