[Posdata. Publicat el 14/1/2011. Pdf ací]
En dos ocasiones, el capitán de los bomberos pirómanos de la película Farenheit 451 argumenta la necesidad de quemar la Ética a Nicómaco de Aristóteles y todos los libros sobre la felicidad, porque, le dice al protagonista, no podemos leerlos todos y así conocer lo pertinente sobre el tema, y esa incapacidad puede ser precisamente motivo de desdicha, y, además, si unas personas los leen y otras no, eso causa desigualdad, una situación prohibida en aquella disutopía futurista que imaginó Ray Bradbury.
En una colección de su filial Insel, caracterizada por ediciones particularmente esmeradas, la editorial Suhrkamp inició en el año 2007 una serie de libros muy breves, cuyos títulos son conceptos básicos como el amor o la felicidad. Aunque los autores elegidos tenían sesudos tratados sobre los diversos temas, en esta colección se recogían sólo síntesis breves y sencillas, tan claras como su diseño. Del éxito de la serie dan cuenta sus múltiples reediciones y traducciones, así como sus versiones en forma de audiolibros. De esa colección, la editorial valenciana Pre-textos ha publicado el librito La felicidad, que tiene el enigmático subtítulo Todo lo que debe saber al respecto y por qué no es lo más importante en la vida. Su autor es Wilhelm Schmid, nacido en 1953, que se presenta como “filósofo libre”, esto es, que sólo imparte esporádicamente clases como profesor invitado, y que ejerce de “asesor mental y espiritual” (literalmente: cura de almas) en un hospital de Zürich. Pre-textos ya publicó en el año 2002 su obra En busca de un nuevo arte de vivir. Por tanto, la colección de origen y la peculiaridad del autor acreditan el interés de la obra.
El libro pretende aportar un “momento de reflexión”; ser un breviario para que el lector “establezca para sí lo que entiende por felicidad”. Está compuesto de diez capítulos, agrupados en dos partes. En la primera, Schmid repasa los conceptos de felicidad, a saber: la dicha ocasional producida por un golpe de suerte o fortuna, el bienestar causado por una maximización del placer y una minimización del dolor, y la plenitud duradera, que incluso puede albergar momentos infelices. Con una redacción convincente, austera y sin pedantería en las referencias filosóficas clásicas, el autor se enfrenta con éxito a la explicación de la pluralidad de nociones y las diferencias terminológicas con las que tratan de la felicidad las lenguas antiguas, las románicas y las anglosajonas, cuyas equivalencias no son exactas, lo que además permite entrever el cuidado con el que Carmen Plaza y Ana R. Calero han traducido el texto. En síntesis, el autor nos presenta la búsqueda estoica de la imperturbabilidad de la plenitud como superior al esfuerzo epicúreo del logro, siempre precario, del placer.
A partir del capítulo quinto, Schmid da un giro a su argumentación: aquella pluralidad de significados de la felicidad no es más que un indicio de nuestra necesidad de encontrar un sentido a nuestra vida. No es la dicha, el placer o la plenitud, lo importante en la vida, sino el sentido de ésta, por lo que conseguir la felicidad, que generalmente es evanescente, no debe obsesionarnos. Es por esto que, algún comentarista ha hablado incluso de un “libro anti-felicidad”. Si en la primera parte Schmid recurría con un estilo brillante a la pauta de las corrientes éticas helenísticas (escepticismo, eclecticismo, epicureísmo, estoicismo), en la segunda apela más bien a la hermenéutica clásica (tal vez al teólogo Schleiermacher, sin citarlo): el sentido es la conexión. Una conexión no es sólo un nexo común a dos cosas como pudiera entenderse de la palabra castellana, sino un estado en la que esas cosas están anudadas, penden o de-penden en común de algo en lo que quedan engarzadas o arracimadas, una coherencia o contexto (Zusammenhang, en alemán). Simplificando: más una ristra que un cable. Los sentidos (vista, tacto, etc.) no son meros canales, sino medios gracias a los cuales nos incardinamos en la coherencia del mundo. El sentido de una obra no es sólo la intención de su autor, sino la manera como se engarzan sus partes y como nosotros mismos quedamos prendidos en ella. A partir de la riqueza semántica del Zusammenhang, Schmid organiza su teoría del sentido, que corrige el estoicismo precedente y se aboca a un trascendentalismo suave, no exento de problemas teóricos (como cuando postula: “pensar en cruzar la frontera, independientemente de la realidad (sic)”, p. 56). Naturalmente, ejemplificar la dotación de sentido por el establecimiento de “conexiones” tiene riesgos por la dificultad de contabilizarlas, así como también tener que generalizar sobre “tendencias contemporáneas” o “sociedades modernas”, y en algún punto, el argumento se resiente. Del mismo modo, por el hecho de que Schmid no contemple otras alternativas a su hilo argumental, como, por citar un ejemplo, los textos del viejo Max Horkheimer que acometían idéntica empresa, pero relacionando el sentido con el anhelo de justicia (un claro precedente de la lucha por el reconocimiento de Honneth). Pero estas críticas posibles no menguan la capacidad del texto para provocar la reflexión del lector y animarle a continuar su lectura con otras obras similares, como algunos de los libros sobre la eudaimonía incluidos por Schopenhauer en sus Parerga y paralipomena o, mejor aún, la Introducción a la sabiduría de nuestro olvidado Luis Vives, obras breves como la comentada, que comparten su pretensión y claridad.
Schmid o Vives podrían haber replicado a aquel capitan de los bomberos que incineraban libros que aunque no lo podamos leer todo, siempre podemos obtener felicidad de una buena lectura y, más aún, si ésta versa sobre la felicidad y está bien trabada, y además, que en la necesidad de encontrar sentido a nuestra vida todos los seres humanos somos radicalmente iguales, aunque las respuestas sean distintas.
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