Postdata , 6/11/2009
Benno Herzog - Francesc J. Hernàndez
¿Qué hemos aprendido de la crisis económica? Dos prestigiosos filósofos alemanes, Peter Sloterdijk y Axel Honneth, se han enzarzado en una polémica a propósito de la crisis, que ha provocado una larga serie de artículos en la prensa centroeuropea. Quienes han encabezado esta querella son catedráticos de perfil contrapuesto. Sloterdijk, docente en Karlsruhe, es dado al análisis cultural (la editorial valenciana Pre-text os ha publicado buena parte de sus obras) y no elude los platós, donde aporta su ánimo transgresor. Honneth, director del Instituto de Investigación Social de Frankfurt, es el sucesor de lo más notable de la sociología y la filosofía crítica del siglo XX: Horkheimer, Adorno, Marcuse y su maestro Habermas.
Precisamente ahora hace 10 años,Sloterdijk ya polemizó con Habermas a propósito de un texto del primero sobre las técnicas genéticas. El tema ahora es la crisis económica.
Como se recordará, después de la quiebra de Lehman Brothers, proliferaron las declaraciones sobre la extensión de la crisis económica y sus soluciones. Salvo los enmudecidos analistas neoliberales, un enardecido coro de críticos y pragmáticos puso la música de fondo a millonarias trasferencias de rescate a las entidades financieras. Meses después, prolifera la resignación y el mundo financiero parece retornar al business as usual.
El aletargamiento de la indignación, favoreció que el diario conservador alemán Frankfurter Allgemeinen Zeitung, promoviera el contraataque: invitó a personalidades a explayarse sobre «el futuro del capitalismo». Como se podía suponer, la intervención de Sloterdijk levantó ampollas. En su artículo, Sloterdijk identifica el problema actual como el «estado del impuesto». Carga las tintas contra ese «monstruo que chupa y escupe dinero». Vivimos en un «semisocialismo» de la «cleptocracia estatal», donde los «improductivos viven a costa de los productivos» y en el que «un puñado de personas de alto rendimiento paga tranquilamente más de la mitad del presupuesto nacional de los impuestos». La solución que propone Sloterdijk es la «guerra civil fiscal», la «revolución de la mano dadivosa». Los impuestos obligatorios tienen que ser sustituidos por donaciones, «regalos para la comunidad», concedidos de forma voluntaria.
La réplica de Honneth, que apareció en Die Zeit, a las «profundidades fatales» de Sloterdijk fue contundente. Después de una crítica exhaustiva a la exitosa obra del profesor de Karlsruhe, a Honneth le basta con hacer referencia a dos valores centrales de la propia burguesía para derribar la argumentación criticada como un castillo de naipes: el mérito y la igualdad. Por un lado recuerda que el patrimonio monetario de gran parte de las clases burguesas no es resultado de méritos y esfuerzos propios, sino de herencias, vinculadas con los «enormes beneficios de la propiedad privada». Los que tienen, generalmente porque heredaron, sacan partido a su situación. Por otro lado argumenta que se trata simplemente de una cuestión de justicia democrática el «luchar por condiciones en las cuales cada ciudadano tenga las mismas posibilidades de participación». La redistribución mediante impuestos no es un acto caritativo, sino un derecho fundamental basado en la igualdad humana.
Replicas y contrarréplicas se han publicado en prácticamente todos los grandes periódicos alemanes y algunos importantes medios europeos. La polémica no cesa.
Unos cargan contra Honneth y sus colegas defensores del estado de bienestar, repro chándoles su frustración, infelicidad, cobardía, estancamiento y falta de humor; rechazan sus planteamientos morales y declaran su temor por los «frutos de las ganancias bien merecidas». Otros, críticos con el cinismo de Sloterdijk, aportan hechos y cifras, defienden la moralidad del estado de bienestar e insisten en una discusión sobre la ética y la solidaridad. Sólo podemos esperar no vivir en una sociedad en la que el poder fáctico del capital domine sobre la rectitud intelectual y la moral. La pregunta en torno a qué hemos aprendido de la crisis nos ha llevado a otra más radical: realmente, ¿hemos aprendido alguna cosa? A su vez, ésta cuestión nos suscita el temor de que tal vez estemos olvidando cosas fundamentales sobre el significado del Estado de Derecho y de los principios de nuestra convivencia.
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